Un niño de la vida real, que lograra sobrevivir en el sótano de un gueto y en un campo de concentración alemán. Casi igual al argumento de 1997, del director italiano Roberto Benigni, La Vida es Bella. Aquella conmovedora historia sobre el destino de un judío que esconde a su hijo de 5 años en un campo nazi. Aunque Benigni no conocía la historia de Janek Schleifstein, cuando creó el guión de la exitosa película.
Según la trama, el prisionero explicaba a su hijo que era un juego. "Debes evitar los SS, no puedes quejarte, ni pedir comida, entonces sumarás puntos y ganarás un tanque real". Benigni recibió tres premios Óscar y se hizo famoso en todo el mundo. Aunque a veces la realidad supera la fantasía más creativa.
Esta es la increíble historia de supervivencia de este pequeño polaco que se transformó, además, en el testigo más joven de la barbarie: Janek Schleifstein. Nació un gélido 7 de marzo de 1941, en el gueto judío de Sandomierz, ubicado en el sureste de la Polonia ocupada; teniendo que aprender de golpe una regla vital: "nunca llorar" de lo contrario, los "hombres malos" lo llevarían lejos. La dura vida en el gueto era una constante prueba de supervivencia, donde sólo una férrea convicción y esperanza podían vencer a la desesperación.
En el gueto de Czestochowa, se contaban por decenas los niños escondidos en los lugares más improbables: sótanos, áticos, armarios. Los padres vivían en una tensión constante, divididos entre el trabajo forzado y la protección de sus hijos. Los nazis eran implacables en su búsqueda de niños, lelos, paralíticos, mal formados considerados "inútiles", Encontrados, eran ejecutados en el momento o enviados a Auschwitz. Cada inspección era una puesta a prueba de nervios y de ansiedad.
Con apenas un año de vida, Janek conoció las miserias de los oscuros escondites donde sus padres, para salvarlo de los guardias nazis, lo instalaban. Al cabo de unos meses, los habitantes del gueto fueron transportados a Czestochowa como mano de obra para la fábrica de armas HASAG. Al arribar, los oficiales a cargo de las SS, consideraron a los niños "inútiles para el trabajo", enviándolos para el campo de Auschwitz para ser eliminados. La madre de Janek logró esconder al niño en una especie de sótano y allí logró sobrevivir casi 18 meses, de completa oscuridad. La luz le encandilaba sólo cuando sus padres acudían con algo de alimento y alguna vela. Su madre había logrado atrapar un gato que instaló en el ambiente del niño para hacerle compañía y principalmente, para que se encargue de las ratas que abundaban.
No fue sólo un escondite, sino el lugar donde Janek aprendió las primeras lecciones de supervivencia. Sus padres le enseñaron a quedarse completamente inmóvil y en silencio. El llanto, la risa o cualquier sonido podían significar la muerte. Aprendió a comunicarse en susurros y a moverse sigilosamente. A pesar de su corta edad, comprendió la gravedad de su situación y la necesidad de obedecer para mantenerse con vida.
Cada descenso al improvisado escondite era una arriesgada misión para los padres. El mínimo ruido alertaría a los guardias y luego el fin. A veces se turnaban para verlo y llevarle además de comida un poco reconfortante compañía en medio de la humedad y la oscuridad.
Israel y Esther se habían propuesto lograr que Janek transitara la experiencia, lo mejor posible. Algunas veces le acercaban un juguete, otras en susurro, le cantaban canciones, o le contaban cuentos. Simples gestos de humanidad, de amor, en aquel tiempo signado por la violencia y el terror.
Pese a todo, las condiciones eran extremas. El aire viciado y húmedo, una oscuridad constante, Janek rara vez veía la luz del día. Su piel estaba más que pálida por la falta de sol. Siendo aquellas visitas eran su única salida de esa constante monotonía. Incluso llegaron a preocuparse, ante la aparición de una tos que se fue tan rápido como llegó.
El riesgo de ser descubierto era omnipresente. Los registros y redadas de los nazis eran implacables. En cada inspección, Israel y Esther se jugaban la vida, escondiendo a su hijo con la esperanza de que no fuera encontrado. La tensión era palpable, un hilo constante que mantenía a la familia al borde del abismo.
En septiembre de 1943, el personal de la fábrica fue reemplazado por polacos y los judíos fueron enviados al campo de concentración de Buchenwald, famoso por el letrero en su portal de ingreso: "Jedem das Seine" - "Para cada uno lo suyo".
Allí Israel Schleifstein le dijo a su hijo de 3 años: "Ahora jugaremos un partido interesante. Te prometo tres terrones de azúcar esta noche. Las condiciones son: no llorarás, pase lo que pase". El azúcar tenía un valor tremendo y Janek, que apenas podía hablar, accedió de inmediato. El padre hizo una bolsa grande con agujeros para el aire, metió a su hijo adentro, la cubrió con ropa encima y se la echó al hombro.
En Buchenwald la familia fue separada. La madre fue llevada a otro campo de concentración, Bergen-Belsen y los ancianos y los niños que habían llegado de otros guetos, fusilados allí mismo, frente a sus parientes, mientras que se comandante del campo SS, Hermann Pister, gritaba: "Necesitamos trabajadores, no parásitos".
En Buchenwald, los comunistas alemanes ayudaron a ocultar y alimentar a Janek |
Israel Schleifstein que mantenía a su hijo en una bolsa, lo transportó hacia las barracas con la ayuda de dos comunistas alemanes prisioneros, con los que pudo esconder al niño. Janek recibió rebanadas de pan de las escasas raciones del campamento y un poco de agua. Hasta recibió un presente de uno de los prisioneros, que le talló un pequeño caballito de madera. El niño se acostumbró a hablar sólo en susurros. Nunca lloraba. "Sabes que es necesario que los hombres malos no te encuentren de lo contrario, nos llevarán con una malvada bruja".
Israel Schleifstein buscó aplicar múltiples estrategias para ocultar a su hijo en el campo. Inicialmente, Janek fue escondido en los rincones más oscuros de los barracones, entre montones de ropa vieja y escombros. Las inspecciones de los guardias eran constantes y cualquier hallazgo podía ser fatal. Los comunistas alemanes, arriesgando sus propias vidas, ayudaron a Israel a construir escondites más seguros dentro del barracón. Se cavaron pequeñas cavidades en el suelo y se camuflaron con tablas sueltas y paja.
Aquella imagen de caballo tallada como juguete de madera, casi le cuesta la vida al pequeño. El niño lo dejó a la vista en algún descuido, siendo descubierto por un guardia SS, durante una inspección de la barraca.
Ingresó un pelotón que comenzó a inspeccionar por toda la instalación. Desarmaron camas, quitaron especies de cortinas de las cuchetas, removieron maderas, tarros, etc. El soldado, un tanto alejado del resto del pelotón, investigaba las pertenencias de los prisioneros, se agachó entre las literas, topándose con el juguete. Movió las pajas, quitó unas maderas y encontró el escondite del niño.
Los ojos del militar quedaron fijos sobre los ojos verdes de Janek. El tiempo se detuvo, hilos de transpiración empapaban la cabeza de su padre Israel, esperando un milagro que los salve. Y ocurrió. El suboficial de las SS tenía un hijo de la misma edad que Janek y se conmovió. Tapó el agujero, poniendo un dedo en su boca como señal de silencio, se levantó y caminó hacia la puerta de la barraca junto a sus colegas. No dijo nada y abandonó el recinto.
A partir de allí comenzó a ayudar al niño, bautizándolo como "la mascota de Buchenwald". Entre los suboficiales y soldados alemanes, lo ocultaron de la plana mayor del campo. Le proveyeron de ropa y, hasta fue habilitado para participar de los chequeos matutinos en los que eran contados. Guardias y prisioneros mantuvieron el secreto. Cada vez que aparecían oficiales de la SS o el director del campo, el niño era rápidamente escondido.
El joven del medio es Joseph Schleifstein. Detrás de él está Abram Wroclawski, originario de Lodz, junto a casi todos que fueron enviados a Auschwitz a la cámara de gas. |
En febrero de 1945, Janek jugaba detrás de su barracón siendo descubierto por el subdirector del campamento. Enfurecido y ordenó su inmediato traslado a la cámara de gas.
Fueron días intensos. Algunos suboficiales intercedieron por él, incluso su padre le suplicó al oficial durante un par de días, ofreciéndole a cambio construirle una silla de montar -el oficial era un apasionado de los caballos- sin resultado positivo, incluso en una de sus visitas a la oficina fue duramente golpeado y arrojado al barro. Pero la suerte, el destino jugó nuevamente a favor. Ante el avance ruso, varios batallones fueron movilizados al frente oriental, siendo este hombre puesto al frente de uno de ellos.
Los desplazados judíos asisten a un servicio conmemorativo en el campo de concentración de Buchenwald. El niño con uniforme del campo de concentración es Joseph Schleifstein. |
Israel Schleifstein, escondió a su hijo en el hospital del campo, donde el niño estuvo hasta el 11 de abril de 1945. La situación se volvió más relajada con la tropa alemana, hasta que los prisioneros de Buchenwald se rebelaron y capturaron a los guardias de las SS. Un par de días después, tropas del Séptimo Cuerpo Aerotransportado del Ejército de Estados Unidos, ingresaron al campamento, liberándolo completamente.
Tras la liberación de Buchenwald el 12 de abril de 1945 por el ejército estadounidense, Janek y su padre experimentaron una alegría indescriptible. El miedo y la oscuridad del encierro quedó atrás, aunque dejando profundas cicatrices.
En 1947, a la edad de seis años, Janek se convirtió en el testigo más joven en los juicios contra los guardias de Buchenwald, su testimonio fue fundamental para condenar a 22 oficiales, de los cuales 11 fueron ejecutados. La madre del niño, había logrado escapar y se encontraron por casualidad en Dachau. En 1948 toda la familia con la salud restablecida, emigró a Estados Unidos, instalándose en Brooklyn. Allí Israel y Esther, tuvieron un segundo hijo.
Israel Schleifstein murió en 1957, y su esposa Esther en 1997.
Janek cambió su nombre por Joseph Schleifstein. Hoy a sus 83 años, aún vive en la ciudad de Nueva York. Dijo que aún duerme con la luz encendida porque no pudo sacarse el miedo a la oscuridad, originado en su estancia en los sótanos de Czestochowa y en los rincones oscuros de las barracas de prisioneros.
Su historia, marcada por el horror y la resiliencia, permaneció en silencio durante décadas, hasta que encontró la fuerza para compartirla con el mundo. La conexión entre la vida de Janek y la obra de Benigni subraya la capacidad humana para encontrar esperanza y significado en los momentos más oscuros. La ficción de "La vida es bella" y la realidad de Janek Schleifstein convergen en una potente lección sobre el amor, la resistencia y el ingenio humano frente a la abrumadora crueldad.