Alexander Selkirk (1676-1721) vivió solo casi cinco años en una perdida isla del océano Pacífico, en el archipiélago de Juan Fernández, hasta que fuera rescatado un 2 de febrero de 1709, hace trescientos catorce años.
Vivió su experiencia iniciando el "Siglo de las Luces", llamado así por la interacción de variadas corrientes intelectuales basadas en la razón, la aparición de los métodos científicos, la propagación del saber y la creciente modernización de la sociedad.
Su historia inspiró a Daniel Defoe, para publicar en 1719, la exitosa novela "The life and strange surprizing adventures of Robinson Crusoe", más conocida por su título abreviado:"Robinson Crusoe".
Selcraig, el apellido verdadero del personaje histórico, nació en algún mes 1676 en una pequeña aldea pesquera de la costa oriental de Escocia, en el condado de Fifeshire, concretamente en Long Lower, dentro del seno de una humilde familia presbiteriana. Si algo había caracterizado al escocés Alexander Selkirk desde su juventud, había sido su carácter rebelde.
Aún se conserva su casa familiar, en cuyo frente se alza una estatua en su memoria y un cartel marcando las 7.500 millas de distancia que se encuentra el archipiélago de Juan Fernández, lugar donde pasara aquellos años de soledad.
Séptimo hijo de un zapatero-curtidor, educado duramente e imbuido de un gran espíritu religioso. Desde muy niño, demostró un carácter indomable, terco, amigo de juergas y peleas callejeras.
Aquel carácter insolente y amigo de las bromas pesadas, llevaron al jovencito Selcraig en 1693, a finales del siglo XVII, tras ser acusado de "conducta indecente en una iglesia", a fugarse de su localidad natal.
Sin muchas otras opciones, Selkirk de 17 años se unió a la Marina Real como grumete, uno de los oficios más duros que se pueda concebir, donde la mayor parte de los marinos debían ser secuestrados para servir en una nave.
Por aquella época, cualquier persona normal no se alistaba vocacionalmente, normalmente era la marina quién los alistaba a la fuerza, principalmente a convictos a cambio de su libertad. Ya el estar en un barco por largo tiempo, era de por sí un duro castigo, se equiparaba barco con prisión. Un preso nada tenía que envidiar a un marinero en cuestiones de espacio, sumadas las constantes batallas y episodios violentos que se debían transitar.
La piratería fue objeto de fascinación desde que, en época romántica, se empezaran a escribir historias fantásticas sobre sus aventuras, los tesoros escondidos en islas y los enfrentamientos contra la autoridad de las potencias mundiales.
Una fina línea separa a piratas de corsarios. Los primeros, delincuentes organizados, que contaban con una o varias embarcaciones y robaban a otras para su propio beneficio. Los corsarios hacían lo mismo, pero amparados por el gobierno de alguna nación para atacar únicamente, barcos de países rivales. En realidad, la mayoría de los corsarios fueron también piratas, pues raro será hallar uno que no se haya pasado de lo ordenado por sus patentes de corso. Constituyeron una gran fuerza militar en el mar, durante los siglos XVII y XVIII.
Alexander fue remitido como grumete a un barco corsario que le llevó a participar en múltiples travesías por el Atlántico y el Pacífico, en el marco de la Guerra de Sucesión española (1701-1714) que concluyera con el reinado de la Casa de Habsburgo e instalando en el trono a la Casa de Borbón, que reina hasta nuestros días.
El 11 de septiembre de 1703, luego de una vasta experiencia guerrera en el mar, fue destacado en la flota comandada por William Dampier (además, era escritor, botánico y observador científico), que partió de Kinsale, Irlanda, portando patentes de corso del Almirantazgo británico, autorizando a saquear galeones españoles y franceses en el Océano Pacífico, que recorrían cargados de regreso, la más larga ruta de navegación de todos los tiempos, que enlazaba España con América y Filipinas.
Aún con la asunción de Ana Estuardo en 1704, la primera reina de Gran Bretaña, las ordenes se mantuvieron. Así los marinos británicos continuaron asediando las naves y puertos españoles de América del Sur en busca de lo que hubiere: oro, joyas, alimentos, tabaco, alcohol y con la misión de extender los territorios ultramarinos británicos.
La historia de Ana Estuardo también está íntimamente ligada la figura de su consejera Sara Churchill, la duquesa de Malborough y entre cuyos descendientes se incluiría a Wiston Churchill; una mujer ingeniosa, mordaz, astutamente manipuladora, muy bella y según algunas fuentes, la que persuadiera a la monarca, a continuar con el aval para los corsarios, por los beneficios a la corona.
El mar era un instrumento básico sobre todo para el comercio, por lo que su control era indispensable para la salvaguardia de los productos que iban de unos territorios a otros.
Selkirk tripulaba la nave corsaria llamada "Cinque Ports" con el rango de contramaestre. El buque era comandado por el Capitán Charles Pickering. Estaba equipado con 16 cañones y una tripulación de 63 hombres. Las duras condiciones de navegación no dejaban muchos ratos libres para el ocio; además, en cualquier momento alguna maniobra podía requerir la ayuda de todos los hombres en las jarcias y las velas.
Aquellos hombres eran muy religiosos en momentos de máxima tensión vital, llevados sin duda por el universo sacralizado de la época, aunque en la vida cotidiana se movían por palabras y acciones pecaminosas y heréticas. Esta doble moral fue también usual en la época (como lo sigue siendo).
Más de 80 personas vivían en 130-170 m2, menos de 1,2 m2 por persona. Eso durante meses, usando el agua sólo para beber. Los marineros compartían espacio con cajas, cofres, alimentos, aparejos, el fogón de la cocina, mástiles y animales a bordo, ante la necesidad de carne fresca para el viaje. Gallinas y cerdos, ovejas o cabras, eran comunes a bordo. También había otros residentes, no invitados, las ratas y ratones. En este caso daban lugar a entretenimiento (a la caza del roedor) y alimento. Otros compañeros de viaje eran insectos, cobijados en ropas, maderamen y cuerpos. Cucarachas, chinches y piojos eran los habituales.
En suma, la comodidad, la intimidad y la higiene eran imposibles. En cuanto a comodidad, sólo la jerarquía de la nave tenía algo de mobiliario, una caja para efectos personales, que hacía también de mesa, silla y, llegado el caso, cama. A la incomodidad del espacio se unía la que causaba el mareo, del que no se libraban alguna vez ni los marineros con más experiencia.
También se organizaban limpiezas periódicas dentro del navío, al menos una vez al mes y la limpieza diaria se solía encargar a los pajes, hasta el punto que en algunos documentos se les llama pajes de escoba. La noche hacía el barco más pequeño: el espacio que ocupa una persona de pie es menor que tumbado, así que el alivio sólo ocurría porque un tercio de la tripulación hacía guardia.
Sólo los oficiales superiores dormían en cama o camastro, la tripulación lo hacía en las cubiertas sobre colchoncillos, simples sacos llenos de paja. Curiosamente, las hamacas (que se conocían por los indios caribeños) no se habían adoptado para el descanso, lo que sí ocurrió a partir del siglo XVIII.
La higiene era concepto desconocido. Hacinamiento, olores de animales (humanos y otros), calor, poco agua dulce, etc. eran la regla (en tierra las ciudades de la época tampoco eran modelo de pulcritud). La ropa se lavaba al tocar puerto, hacerlo con agua de mar, tras el secado, no era una caricia para la piel. Se llevaba la "higiene seca", sin agua: enjugarse el sudor, darse friegas con paños limpios y perfumados y empolvarse.
Un periodo novelesco en la vida de Alexander, que discurrió entre viajes, tormentas y combates contra los franceses y los españoles que le llevaron, incluso, a tratar de saquear, sin éxito, la ciudad minera de Santa María en Panamá.
La flota de corsarios decidió dirigirse al Mar del Sur a través del Cabo de Hornos. Mientras los barcos estaban frente a las costas de Brasil, un brote de escorbuto a bordo de Cinque Ports provocó la muerte de varios hombres, incluido su capitán que fue reemplazado por el volátil teniente Thomas Stradling, de 21 años.
Después de doblar el Cuerno y cruzar la costa sudamericana hasta Panamá, capturando varios barcos españoles en el camino, los dos capitanes decidieron separarse. El capitán Stradling del "Cinque Ports" se detuvo en septiembre de 1704 para abastecerse allí de agua y víveres, en una de las islas del archipiélago chileno Juan Fernández: un conjunto de islas situado en el Pacífico Sur a más de 670km de Valparaíso.
El buque estaba roído por la carcoma, y los agujeros en el casco, fruto de los combates, obligaban a achicar agua casi constantemente. Además, la tripulación se hallaba exhausta, castigada por las fiebres y sin apenas víveres. Continuar navegando era una imprudencia, según Selkirk. Sin embargo, el capitán Thomas Stradling no opinaba lo mismo. Luego de unos días, reparadas sumariamente las averías y reaprovisionados, Stradling apresuradamente, decidió levantar anclas.
Alexander tenía un carácter fuerte y acabó chocando con el capitán de la embarcación, Thomas Stradling. A punto de partir, los hombres comenzaron a discutir fuertemente. Así, mientras Selkirk defendía que el Cinque Ports no podía navegar por su mal estado, su capitán pensaba lo contrario. Al ver que su superior no cedía, Alexander le vociferó enfadado, que prefería quedarse en la isla, antes que seguir.
Stradling, muy temperamental y agobiado por un cargo que le quedaba grande, tomó al pie de la letra lo expresado por su subalterno y ordenó que le dejaran allí, a modo de escarmiento; no había vuelta atrás.
Selkirk fue desembarcado en la solitaria isla que los españoles llamaban "Más Atierra" que suponía un aislamiento completo, quizás irremisible, puesto que la isla estaba situada fuera de las rutas marítimas del Pacífico sur.
Con él dejaron algunos útiles para poder sobrevivir: su arcón con ropa, herramientas (hacha, cuchillo, martillo), enseres (olla, tetera, vaso), tabaco, unas mantas, un mosquete con provisión de pólvora y unos libros, entre ellos -algo importante para la mentalidad de entonces- un ejemplar de la Biblia. Acto seguido, el Cinque Ports zarpó, dejando atrás al nuevo y solitario habitante de aquel pedazo de tierra de apenas cuarenta y ocho kilómetros cuadrados y clima subtropical.
Selkirk pensaba que no tardaría en ser rescatado por algún barco, pero al ver que pasaba el tiempo y nadie pasaba por allí se dedicó a hacer lo posible para convertir la inhóspita isla en un lugar habitable, instalándose en la playa y alimentándose de langostas mientras oteaba el mar hora tras hora, día tras día, con la esperanza de ver recortarse alguna vela en el horizonte. No sólo no fue así sino que tuvo que trasladarse al interior de la isla cuando llegó la temporada de apareamiento de los leones marinos y cientos de ejemplares tomaron la playa. El cambio fue para mejor porque pudo diversificar su dieta con frutas, verduras, frutos secos, nabos, pimienta y, sobre todo, carne, ya que encontró cabras que fueran dejadas por marineros y reproducidas de forma natural que, además, le proporcionaron leche.
No obstante, la suya no era una existencia fácil. Cuando agotó la pólvora se vio obligado a perseguir presas cuchillo en mano y una vez se despeñó por un acantilado, salvando la vida gracias a que el animal tras el que iba, cayó antes y amortiguó el golpe con su cuerpo.
Construyó un par de cabañas con madera de anacahuita (un tipo de árbol, no muy grande, típico de la mitad meridional de Sudamérica), usando una como cocina y la otra de dormitorio, pero no pudo dormir con tranquilidad hasta que se las arregló para atrapar y domesticar a un par de gatos salvajes que en lo sucesivo protegieron su sueño de los ataques nocturnos de ratas.
En la isla, Alexander tuvo que enfrentarse a muchas situaciones peligrosas, entre ellas, y no la menor, la presencia de los barcos españoles que fondeaban allí. Una vez no pudo evitar ser descubierto y fue perseguido, aunque logró escapar. Si hubiera sido capturado por los españoles muy posiblemente hubiera sido condenado a muerte por su condición de corsario escocés.
Por otra parte, la ropa pronto se deterioró y terminó vistiendo pieles de cabra, que cosió utilizando un clavo como aguja, recordando las enseñanzas de su padre cuando intentó iniciarlo en el oficio de zapatero. De los zapatos, por cierto, prescindió cuando quedaron inservibles; no los intentó sustituir porque sus pies ya se habían encallecido lo suficiente como para andar descalzo. En cuanto a la mente, la lectura de la Biblia le sirvió tanto de entretenimiento como de consuelo, aparte de favorecer que no olvidase el idioma; porque, al contrario que Robinson Crusoe, nunca tuvo ningún Viernes con quien hablar.
El rescate
Woodes Rogers futuro gobernador inglés de las Bahamas y encargado de erradicar la piratería en el Caribe británico, arribó al archipiélago de Juan Fernández el 2 de febrero de 1709, para aprovisionarse con sus dos fragatas: la Duke y la Duchess. Sus tripulantes divisaron señales de humo desde una isla al frente de donde se encontraban, enviando una chalupa para investigar.
Fue allí cuando rescataron a un Alexander Selkirk luego de cuatro años y cuatro meses. Desaliñado, vestido con pieles de cabra y con dificultades para comunicarse. El día en que se produjo el rescate fue viernes.
El piloto de "la Duke" había coincidido en algún viaje con Selkirk y pudo dar testimonio de quién se trataba. Por él nuestro protagonista se enteró que su decisión de dejar el "Cinque Ports" le había salvado la vida, pues el barco había naufragado en la costa de Perú y los pocos tripulantes que no se ahogaron habían sido encarcelados por los españoles en Perú donde todavía seguían cautivos.
La inquietante historia de su permanencia en la isla salió a la luz con la publicación de los diarios de a bordo de Woodes Rogers y Edward Cook, oficial del Duchess, el segundo barco de Rogers, aparecidos en 1711 con el título "A voyage to the South Sea and Round the World".
Selkirk regresó a Inglaterra en 1711. De repente, se había convertido en una celebridad, aunque retomó su vida como corsario. Fue incorporado a la tripulación de Woodes Rogers, siendo parte de diversas hazañas, incluida la captura del galeón español Nuestra Señora de la Encarnación y Desengaño e incluso, llegó a completar un viaje alrededor del mundo a bordo del Duke.
El testimonio de Alexander Selkirk pronto se extendió por toda Gran Bretaña. Llegando a oídos de Daniel Defoe, quién decidió basarse en ella parcialmente, para escribir su novela.
Situó las aventuras del náufrago Robinson Crusoe en una isla del Caribe, aunque en realidad Alexander Selkirk estuvo en un archipiélago del océano Pacífico. Otra importante diferencia es que Robinson permaneció veintiocho años en la isla, acompañado de su fiel amigo Viernes, mientras que Selkirk sobrevivió casi cinco años completamente solo. En esto, su peripecia guarda más semejanzas con la del protagonista de Náufrago (2000) que con Crusoe.
El público recibió con entusiasmo la obra de Defoe. Apenas unos meses después de su publicación, la novela se encaminaba ya hacia su cuarta edición. En aquel entonces, Selkirk servía en la Royal Navy a bordo del HMS Weymouth. En 1720, navegaba las aguas frente a la costa africana de Guinea a la caza de piratas. Al año siguiente, el 13 de diciembre de 1721, moriría a causa de la fiebre amarilla. Su cuerpo, como era costumbre, fue arrojado al mar.
En 2005, una excavación arqueológica cerca del Mirador de Selkirk reveló la existencia de artefactos que datan del siglo XVII o XVIII, sugiriendo la presencia del náufrago. La isla Robinson Crusoe y su vecina, rebautizadas en honor a Selkirk, mantienen viva la memoria de este hombre que vivió una increíble odisea y dejó un importante legado en la literatura y la historia marítima.
Aún se conserva su casa familiar, en cuyo frente se alza empotrada una estatua junto a información sobre las 7.500 millas de distancia que se encuentra el archipiélago de Juan Fernández, lugar donde pasara aquellos años de soledad, dejando un importante legado en la literatura y la historia marítima.