En 1939, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, la joven princesa Elizabeth Alexandra Mary Windsor tenía apenas 13 años. Durante aquellos años buscó contribuir de cualquier manera posible al esfuerzo bélico, incluso llegó a alistarse en el ejército británico.
Había algo en sus genes. Su padre, el Rey Jorge VI, les había enseñado a conducir a ella y a su hermana, la princesa Margarita, en un simpático Austin Seven Paxton Special 1938, sobre la pradera del Castillo de Balmoral, la residencia de descanso de la corona británica en Escocia.
También por lado de su madre. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, la Reina Madre rechazó la idea que ella y sus hijas, fueran trasladadas a Canadá para preservar sus vidas de eventuales ataques sobre territorio inglés, decidiéndose quedar en el Palacio de Buckingham, comprometida con su esposo y su reino.
Reina Madre: "Las niñas no se irán sin mí. Yo no voy a dejar al rey. Y el rey nunca se irá". Elizabeth y su hermana Margaret pasaron gran parte de la guerra en el Castillo de Windsor, a unos 20 kilómetros de Londres.
La Segunda Guerra Mundial (1939) no sólo fue una enorme y dramática carnicería a nivel global, sino que además sirvió para trazar un nuevo orden mundial del cual todavía hoy en día se dejan notar los efectos. Pero también fue la experiencia formativa más importante para la hija mayor de Jorge VI, la princesa Elizabeth.
Bombardeos sobre Londres |
Inquietud adolescente
A medida que el conflicto global avanzaba, Elizabeth buscaba hacer más. En 1943, a los 16 años, expuso su huerta en el Castillo de Windsor para alentar a los británicos a cultivar sus propios productos y así luchar contra la escasez de alimentos.
Con la contienda en proceso y todo un gran esfuerzo humano colaborando al servicio de la misma, más la fuerza aérea alemana (Luftwaffe) lanzando bombas sobre importantes centros estratégicos de Inglaterra a su alrededor, la por entonces muy joven princesa "Lilibet" de 18 años, -como era apodaba cariñosamente por su familia que según se decía, había surgido al no poder pronunciar su nombre "Elizabeth" correctamente- comunicó a sus padres su plan de alistarse en el ejército británico, pero el rey Jorge VI e Isabel, la reina madre, muy protectores con sus hijas: Isabel y Margarita, hicieron causa común expresándole que ninguna mujer de la familia real, se uniría nunca al ejército.
Pero eso no disuadió a Isabel. Deseaba contribuir al esfuerzo bélico. A partir de allí, pasó varios meses intentando convencer a sus padres para que respaldaran su decisión.
En octubre de 1940, junto a sus padres y a su hermana dio a los británicos muestras de coraje ante la adversidad y de valor y entrega por su reino. Acostumbrada más que a lujos, al racionamiento de los recursos en su país, cuando emitió un mensaje por radio a la nación. Ella tenía 14 años y se dirigió a niños y niñas del reino junto a su hermana Margarita:
"...Nosotros, los niños y niñas en casa, estamos llenos de alegría y coraje”, decía con una mezcla de estoicismo y esperanza que repercutiría durante todo su reinado. "Estamos tratando de hacer todo lo posible para ayudar a valientes soldados, marineros y aviadores. Y también estamos tratando de soportar nuestra parte del peligro y la tristeza de la guerra. Sabemos, cada uno de nosotros, que al final todo estará bien".
En el ejército
Pasó un año de intensos debates antes de que sus padres cedieran y permitieran a su hija de 19 años, unirse al ejército. En febrero de 1945, la futura monarca se unió al Servicio Territorial Auxiliar (ATS por sus siglas en inglés), era la rama femenina del Ejército Británico. En febrero de 1945, la princesa Isabel ingresó voluntariamente como Second Subaltern (teniente segunda) honoraria con el número de servicio 230873 y bajo el nombre de Alexandra Mary Windsor. Allí recibió una formación militar completa, que aprovecharía en el futuro, según expresara ella misma, en una entrevista de la BBC.
Los miembros del Servicio Territorial Auxiliar (ATS) sirvieron en multitud de puestos, desde artillería antiaérea hasta mecánicas especializadas y conductoras de camiones y ambulancias.
Ella eligió ser principalmente mecánica. Luego del curso de formación de seis semanas, aprobó un duro examen de conducción militar, aprendió a leer mapas y a desmontar y reparar motores. Inmediatamente fue designada reparando motores de camiones Gardner Diesel y mecánica general sobre los famosos Austin 10, según un artículo de la revista Time se había especializado en los Bedford, camiones de servicio general, con tracción 4x4 y de 3 toneladas.
Elizabeth prosperó en el ATS. Descubrió un sentido de camaradería y libertad al mismo tiempo que contribuía con su país. The Associated Press en aquel momento, la nombró "Princess Auto Mechanic" (Princesa Mecánica de Autos).
Elizabeth Alexandra Mary Windsor, según relatos de sus compañeras, era muy hábil para identificar el origen de la avería y realizar un análisis completo del estado general de motor para saber qué elementos se encontraban en buen estado y cuáles necesario reparar o sustituir.
Estaba muy orgullosa de estar haciendo lo que otras chicas de su edad tenían que hacer y, aparte de volver a Windsor a dormir, se mantuvo estrictamente con la rutina cotidiana, tomando su turno con los demás como oficial de servicio, haciendo inspecciones, y trabajando muy duro en el mantenimiento de los vehículos.
Según el Museo Nacional de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres en Gran Bretaña que tenían menos de 30 años y no estaban casadas en ese momento debían alistarse en las fuerzas armadas, trabajar en la tierra o unirse a una industria. Isabel no quería un trato especial debido a su estatus real, simplemente quería hacer su parte.
Elizabeth con su padre y su madre |
Hace varios años atrás, le contaba a un periódico londinense una antigua camarada del ejército, Kelly Lennox: "Habíamos acabado de armar el diferencial de un camión Bedford cuando una ambulancia Austin Tilly de 1939, llegó envuelta en una gran humareda blanca que emergía desde abajo del capot.
Con nosotras estaba Elizabeth. Introvertida, práctica, lógica, responsable, con un sentido del humor muy irónico. Nos escuchaba con mucha atención cuando contábamos anécdotas y su trato hacia nosotras, siempre fue con mucho respeto. Su carácter calmado nos hacía sentir cómodas y hasta olvidábamos que se trataba de una princesa. Creo que lo principal en ella era su autenticidad.
La ambulancia paró muy cerca de nosotros, tanto que nos envolvió con el humo. Una de las chicas salió como un rayo y abrió la portezuela del motor. Estaba apunto de abrir el radiador, cuando Isabel le sostuvo el brazo. Si no lo hacía seguro que terminaba con la cara quemada por el vapor de agua que sale a presión."
El paso de Isabel II por el ejército fue de gran suceso y trascendencia, pues no se esperaba ver a la princesa tan involucrada en una guerra. Son varios los documentos que demuestran su compromiso con la tarea, pero más aún, su determinación para actuar en caso de necesidad, tanto fuera ensuciándose las manos para intervenir en la mecánica de los vehículos medianos y pesados del ejército, como para subir a la cabina y conducir un camión militar. Ella ascendió al rango de Comandante Junior honoraria, en unos meses.
Tras la rendición de Alemania ante los Aliados en mayo de 1945, una multitud recorrió las calles de Londres celebrando el fin de la larga guerra. Decididas a no perderse la celebración, Elizabeth y su hermana menor se escabulleron del Palacio de Buckingham y se unieron a la multitud. La princesa Isabel, temiendo ser reconocida como tal, pudo unirse al festejo gracias a su uniforme ATS. Como ella misma lo recordó en una entrevista de la BBC en 1985: "Recuerdo que estábamos aterrorizadas de que fuéramos reconocidas… recuerdo las filas de personas desconocidas uniendo sus brazos y caminando por Whitehall, todos fuimos simplemente invadidos por una marea de felicidad y alivio".
Salir de fiesta con más de 50.000 personas y, según los informes, incluso bailar en una línea de conga alrededor del Hotel Ritz, impresionó a la futura reina, que dijo más tarde: "Creo que fue una de las noches más memorables de mi vida".
Menos de siete años después del fin de la guerra, en 1952, la "Princesa Mecánica de Autos" fue coronada a los 25 años como la reina Isabel II del Reino Unido y otros 14 reinos de la Commonwealth (Mancomunidad de Naciones).
No hay duda de que Isabel II de Inglaterra, fallecida ahora a los 96 años, sirvió bien a su país durante un reinado de 70 años. 70 años de adaptación y movimiento en un mundo que cambiaba de manera acelerada. Isabel navegó un camino cada vez más difícil, desde la posición más privilegiada que podía existir.
Esté a favor de la monarquía o no, cada persona en Reino Unido reconoce que la muerte de la reina Isabel II lleva consigo un profundo cambio. Y el mundo también lo siente. Este liderazgo, lleno de críticas y polémicas que hacen que la corona sea cada vez más inestable, fue uno de los más largos de la historia mundial.
No cabe duda de que es el fin de una era. Para dimensionar la magnitud de este evento basta con dar un dato: casi la totalidad de la población humana viva siempre ha existido junto a su majestad, Isabel II. Nueve de cada 10 seres humanos con vida no habían visto a una monarca británica que no fuera ella. Vio enterrar 12 presidentes de Estados Unidos, 14 primeros ministros de Reino Unido pasaron durante su reinado y se encontró con al menos cinco de los siete hombres, que estuvieron a la cabeza de la Iglesia católica en los últimos 70 años.
Pero el Reino Unido no será el mismo jamás. Isabel II era la razón por la que todavía hay monarquía en esa nación. Como decía el líder del Partido Laborista australiano, Neville Wran, "el mayor problema que tenemos (los opositores a la monarquía) es la reina". Ahora empieza el cambio.
El liderazgo de Isabel II no estuvo basado en títulos, sino en una relación de confianza con su pueblo británico del que era parte y que vio en su reina una persona fiel a sus principios, capaz de adaptarse al cambio y comprometida con el bienestar de la sociedad. Una de las claves de su éxito fue la naturalidad y la consistencia con la que expresó su forma de ser.