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Ignorancia o mala intención: Los antivacunas



Desde que Edward Jenner desarrolló la primera vacuna contra la viruela existieron los oportunistas dispuestos a difundir mensajes falsos.


Las vacunas son, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) , probablemente el mayor avance contra las enfermedades en la historia de la humanidad. Sin embargo, en el mundo hay personas que cuestionan su efectividad, las rechazan y consideran que son más perjudiciales que beneficiosas para la salud.


De la vida real


Alita y su hermana Patricia (nombres ficticios) nunca se ponen de acuerdo. Alita es cerebral y muy bien informada. En cambio, Patricia es alguien propenso a creer en teorías conspirativas. Mantenían una tregua incómoda hasta hace unas semanas. Las tensiones llegaron a un punto álgido, cuando en una llamada telefónica Alita le contara a su hermana, qué se inscribió en las listas de vacunación contra el COVID-19.


"Se produjo un silencio incómodo", explica Alita. "Y entonces Patricia explotó con argumentos en contra de la vacunación, apelando a lo emocional y a información que sólo ella obtenía, subestimando intelectualmente a su hermana. Esto terminó con la paciencia de Alita. Lo siento, eso está mal".


Preocupante escepticismo vacunal




Esta situación entre hermanos, parientes y amigos tiene lugar en muchos países. Los niveles de indecisión en torno a vacunarse son particularmente altos. Ahora que por fin se administran las tan esperadas vacunas, las tensiones llegan a su punto álgido ya que es necesario pasar de las palabras a la acción. Hay mucho en juego. Los expertos en estadística estiman que para conseguir la inmunidad de grupo se tendría que vacunar el 90% de la población.


Convendría recordar que esas actitudes antivacunas son opiniones especulativas, no son datos, ni mucho menos información. Frecuentemente reflejan escepticismo frente al sistema en general y frente a los poderes públicos, ya sean autoridades sanitarias o establishment industrial farmacéutico. En este sentido, para crear desconfianza no se requiere necesariamente aportar nueva veracidad confirmada: basta con sospechas lanzadas al aire.


Es tiempo de pandemia.


Momentos de muerte y dolor. Los seres humanos nos habituamos a todo. Ya los partes diarios mundiales de miles de contagios y fallecimientos, parecen anecdóticos. La habitualidad produce un ignorante embrutecimiento, sacrificando la sensibilidad que las personas jamás debemos perder. El acostumbramiento es el enemigo dilecto de la inspiración y la creatividad.


Los muertos no son fríos datos estadísticos, son familias con dolor a flor de piel. El COVID cada vez pega más cerca, a pesar de los obtusos negacionistas que optan por no ver la realidad que los atropella. Para ellos "una conspiración internacional" es su razón de existir y la culpable de hasta el "por qué ladra el perro del vecino". 


¡Ante la necedad estamos todos indefensos, sobre todo los pensantes!


La última frontera


Tanto el virus del COVID-19, como las vacunas, son nuevas y hay mucho que no sabemos. Lo que sí sabemos es que el COVID-19 es el causante de múltiples enfermedades muy graves y la muerte de muchas personas.


Las personas que se muestran renuentes a ponerse la vacuna contra la COVID-19 no tienen que trabajar mucho para encontrar rumores y teorías en internet que fomenten sus miedos sobre la seguridad de las vacunas. Esto se debe a que los grupos e individuos antivacunas están trabajando horas extra para promover teorías aterradoras y falsas sobre las vacunas contra la COVID-19, señalan expertos en enfermedades infecciosas.


Minimizan los alcances y las preocupaciones sobre el COVID-19, oponiéndose a los barbijos, luchando contra las órdenes de cuarentena y el rastreo de contactos, además de infundir terror a través de redes sociales y páginas web seudo científicas y con un falso aire serio.


Los grupos antivacunas explotan sin titubear la ansiedad, el temor, el sufrimiento y la muerte de las personas que se enferman después de recibir la vacuna contra Covid -llegando incluso a inventar historias de muertes que nunca ocurrieron.-, lo que amenaza con socavar la campaña de vacunación más grande en la historia de la humanidad. 


Los antivacunas afirmaron falsamente, durante décadas, que las vacunas infantiles causan autismo, tejiendo fantásticas teorías de conspiración que involucran al gobierno, a grandes empresas y a medios de comunicación.


Ahora, los mismos grupos, culpan a las vacunas del COVID-19 de serios problemas sanitarios causados en pacientes; incluso cuando está muy claro que la edad o las condiciones de salud subyacentes son las responsables directas de las situaciones.


A medida que más personas mayores reciben sus primeras dosis, muchas inevitablemente sufrirán ataques cardíacos, derrames cerebrales y otros problemas médicos graves, no relacionados con la vacuna sino, más bien, por su edad y deterioro normal de la salud. Por ejemplo, en un grupo de 10 millones de personas, casi 800 personas de entre 55 y 64 años mueren típicamente de ataques cardíacos o enfermedades coronarias en una semana.


Los grupos antivacunas como el National Vaccine Information Center y el Children’s Health Defense, fundado por Robert F. Kennedy Jr., ya están avivando impunemente, múltiples temores sobre un puñado de muertes, principalmente en Europa, que han seguido al lanzamiento mundial de las inmunizaciones.


En un blog, Kennedy se burló de los resultados de una autopsia que concluían que la muerte de una mujer portuguesa no estaba relacionada con una vacuna. Puso en duda las declaraciones de las autoridades médicas de Dinamarca sobre la muerte de dos personas después de vacunarse, que se debieron a la edad y a la enfermedad pulmonar crónica. Además repitió información errónea, culpando incorrectamente de muertes, a las vacunas.


Prácticamente desde que se inventó la primera vacuna , en 1796 contra la viruela por Edward Jenner, que existe gente contraria y escéptica ante este fármaco. El argumento de más peso en aquellos años, aunque aún perdura de manera residual, es el religioso. Creían que la vacuna no era cristiana porque "provenía de un animal, la vaca". Para algunas congregaciones, la vacunación supone una interferencia en la voluntad de Dios. Hoy en día, el colectivo cree que las vacunas podrían llegar a infectar a la persona contra la enfermedad para la que se vacuna o que incluso podrían debilitar el sistema inmunológico de la criatura.


Las personas contrarias a las vacunas reclaman el derecho a la libertad de controlar su cuerpo y el de sus hijos e hijas ante una posible obligatoriedad por parte del Estado. Sin embargo, el hecho de que alguien decida no vacunarse no sólo afecta a su salud, sino también a la de su comunidad, porque va contra la inmunidad de rebaño: cuántas más personas estén inmunizadas contra una enfermedad, más difícil es de que esta se propague.


Ahora sabemos que las vacunas son inequívocamente buenas, pero a medida que se refuta un mito sobre las vacunas, parece que otro toma su lugar.  Existen dos tipos principales de desinformación que se están divulgando sobre las vacunas contra el coronavirus:


- Rumores anecdóticos sobre "causa y efecto", que vinculan de forma errónea la muerte precoz de una persona con el hecho de que se hubieran vacunado recientemente contra la COVID-19.


- Teorías de la conspiración sobre las "grandes mentiras", que alegan que la vacuna puede provocar todo tipo de efectos secundarios mayores, desde infertilidad hasta una alteración permanente de la genética.


También existen las más extravagantes y ridículas explicaciones sobre la vacuna COVID 19. Incluso antes de existir y conocer sus indicaciones, ya tenía sus detractores. Las más publicadas en redes sociales principalmente, están asociadas a la inoculación de microchips junto con las vacunas(nunca vistos), o aquellas vinculadas al despliegue del 5G (sin ninguna documentación científica - técnica) y al fantasma del control de masas tecnológico.


A la OMS le preocupa el asunto. Tanto que el escepticismo vacunal entró en la lista de sus diez prioridades sanitarias el pasado año. Por el momento, la OMS apuesta por combatir la desinformación con datos científicos contrastados. Para ello, también ha llegado a un acuerdo con redes sociales como Facebook e Instagram para limitar la difusión del contenido en contra de las vacunas.



La solución pasa por educar


Por otra parte, los funcionarios de salud pública deben hacer un mejor trabajo comunicando con precisión, los riesgos reales e imaginarios, de las vacunas.


Para que el discurso de los antivacunas caiga en saco roto, sobre todo de cara a solucionar la actual pandemia, lo ideal sería mejorar y mantener la educación sanitaria desde las escuelas y durante toda la vida, incluyendo de forma muy importante los medios de comunicación social. Hace falta generar conocimiento y confianza en la ciencia, enseñar a distinguir entre información y opinión, a verificar la fuente y la consistencia de los datos comunicados, alejarse de las espectacularidades y de las falsas controversias entre desiguales.


Fake news organizado


El antivacunismo es desinformación organizada. La rivalidad entre partidos y la politización de las decisiones sanitarias como la vacunación tienden a adoptar posiciones emocionales y extremas (tanto a favor como en contra) en tiempos de crisis.


De hecho, gobiernos como el de Donald Trump ya han tenido en el pasado asesores escépticos ante la vacunación como Andrew Wakefield o Robert F. Kennedy, aunque finalmente no hayan seguido sus tesis. Y las fake news y las teorías conspirativas sobre COVID-19 ya circulan abundantemente en los medios sociales, lo que representa un caldo de cultivo ideal para cualquier opinión escéptica o claramente antivacunas.


A pesar de la evidencia científica masiva, las actitudes antivacunas rara vez reconocen ni justifican sus errores. Esto forma parte de una estrategia para poder repetir una y otra vez argumentos erróneos, que a menudo están relacionados con otros intereses.


Simplificando un poco, la perpetuación de las posiciones antivacunas se sustenta en dos pilares económicos: la venta de medicina alternativa y los pleitos a las multinacionales farmacéuticas. Y en uno político: la desconfianza frente al sistema.


Pero, por más que les pese, las vacunas son el recurso sanitario más importante después del saneamiento del agua y la nutrición básica. Entre 2 y 3 millones de vidas se salvan cada año entre las poblaciones infantiles gracias a la vacunación sistemática de los recién nacidos y los niños. Las vacunas recomendadas son nuestra opción más segura, y nada puede compararse a su eficacia y mejora de la calidad de vida 

Por Claudio Novillo